Nada que temer


Extrema y sutil
Por Gabriela Schevach

La violencia surge algunas veces en contextos de extrema calma, como alivio o como postergación de lo inevitable. Son escasas, sin embargo, las oportunidades para detenernos a observar el estallido.

En Flores de acero, Takeshi Kitano interpreta un policía que sale de viaje con su mujer enferma. El recorrido sin retorno va alternando escenas de infinita ternura con violentas peleas. Hacia el final, la mujer, al borde de un río, moja un ramo de flores. Cuando alguien se acerca para avisarle que ya regarlas no tiene sentido, la ira del marido se convierte en un estallido de patadas y piñas.

Nada que temer detiene en fotografías esos raros instantes que concentran ternura y furia. La destrucción de las flores volando en pedazos puede evocar, en principio, una imagen de nostalgia romántica, representando un estallido donde la belleza se rompe y se conserva, irreal, físicamente presente en un momento casi invisible.

Tan melancólica es la mirada que detiene lo fugaz como la que intenta revivir lo inamovible. Texturas y colores se adueñan de la visión, que busca cada detalle. El placer visual se libera así del sentido y encuentra, en la geometría deshecha y en los contrastes, todas las preguntas, olvidándose de las respuestas.

El sentido vuela por los aires y se dispersa bajo la mirada ciega del animal, encerrado entre artificio y naturaleza, entre el cielo abierto y el fondo pintado de los dioramas. En ese intermedio de estallido o de quietud se detiene Escardó sin importarle el resto de la película.